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Malabares hasta en la vida

(Primera parte)

El espectáculo comienza: No hay carpas ni tarimas y la tercera llamada, es un semáforo en rojo.

El acto es tan breve como la vida misma y tan difícil de ignorar como las miradas a las que día con día tienen que enfrentar por la necesidad que los empuja a intercambiar su destreza por unas cuantas monedas, un ejemplo digno de autogestión.

Pero a El Bocho no le gusta pedir, él le llama jugar y va al semáforo de ‘El obelisco’ para malabarear con las pelotas, tocar el tambor o la guitarra, siempre con una sonrisa, su principal aliada.

, lo dice mientras contempla el horizonte de montañas borrosas por la inusual neblina que se deja ver en el puerto al comenzar el invierno.

El Bocho es de Guaymas y días antes de que el hambre apriete y los suministros comiencen a menguar, prepara nuevos trucos para entretener a las filas de automovilistas que transitan por una de las principales avenidas.

Antes vendía comida al personal de la UNISON, sacaba materia prima fiada de una pescadería como inversión que luego recuperaba, pero un día comenzó una huelga que duró más de seis meses y el trabajo le ‘‘tronó bofo’’.

‘‘Yo no hacía malabares en el semáforo, carnal, yo vendía comida, me iba bien a toda madre, toda mi comida se la vendía a maestros, personal de la Uni y a uno que otro alumno y hubo una huelga que duró como seis meses…y se me juntó un cuentón, me querían seguir fiando pero ya no me estaban pagando y me vi bien atorado…’’

Conoció el arte del malabarismo hace más de cuatro años. En ese entonces hospedaba a un amigo de Honduras, a quien le apodaban ‘’Mustafá’’, quien lo invitaba al semáforo, pero El Bocho no quería, pues siempre trabajó y nunca se vio pidiendo dinero.

‘’El Musta’’ es uno de esos tipos tan carismáticos que cuando lo ves quieres ser su amigo.

‘’En una de esas me estaba enseñando unos trucos y lo acompañé, yo siempre traía mi nariz de payaso y unas pelotas para malabarear y entonces el sale del semáforo con más de cien pesos en la mano y sobres güey, métete y dale, neta vas a salir de tus broncas, vas a pagar de volada’’. El Bocho se chupó los dientes y convencido, aceptó la oferta con la condición de que nunca pediría dinero.

‘’Total de que me convenció y le dije bueno, pero yo no voy a pedir’’.

Desde las alargadas huelgas, que tanto directivos y alumnos esperan año con año, el ingreso decayó para El Bocho, pero nunca ha dejado de hacer lo que más le gusta.

La capital del estado sonorense solo fue su trampolín para llegar hasta el Distrito Federal, donde logró pulir sus técnicas, se fue con unos ‘compas’ que saben de todo, tocan las guitarras, los tambores y hacen todo tipo de malabares, hasta en la vida, como uno.

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